viernes, 2 de abril de 2010

Viernes Santo 2010

Hoy me sorprende echar la vista atrás y tomar conciencia de cuánto he crecido, de cuánto me he acostumbrado al mundo, de cómo sin darme apenas cuenta, ya no me impresionan pequeños guiños del día a día. Sé que no es porque hayan dejado de interesarme sino porque el mundo parece haberme llenado tanto los bolsillos de prisas y teorías que, con el pasar de los días, meses y años, andar con ellos se me va haciendo más complicado.

¿Nunca les ha pasado que mientras observan la inocencia de un niño, sonríen sin motivo aparente? A mí me pasa todo el tiempo.
¿Saben por qué es? No es sólo porque nos guste verlos llenando de ternura el ambiente, no sólo porque sean divertidos dando vueltitas que para ellos son grandes aventuras y para nosotros mínimos pasos. Es porque nos recordamos pequeños y fáciles de impresionar, que al ver una paloma la seguíamos hasta que desapareciera del horizonte con el mismo cuidado que ahora controlamos que el cajero nos de importes exactos.
Hace un par de pares de años, en Semana Santa, no me perdía ninguna película de estas de bajo presupuesto, donde si la repetías te dabas cuenta que la señora que vendía pan sin levadura, luego gritaba "crucifíquenlo" y después llevaba perfumes a la tumba ya vacía. De éstas, sin actores famosos con estrellas en paseos de fama de Hollywood.

Yo siempre lloraba. Primero lloraba porque no entendía, al año siguiente porque lo veía injusto, luego de unos años empecé a sentirme impotente al ver sufrimientos parecidos en mi propia generación y hoy, lloro porque entiendo.
No, no se confundan, no hablo del llorar de niños con lagrimitas y grititos ahogados, hablo de esa sensación de vacío que se clava en el epigastrio y sube lentamente por el esófago hasta hacerte suspirar, de ese llorar sin lágrimas al ver que a nadie parece importarle poco más de lo que le conviene.

Anoche falté a la cena que programé con mis amigos hace un mes. Me quedé en casa preparando torrijas con mi mamá, riendo, sí, porque me enseñó que el respeto no va de la mano del sufrimiento o seriedad. Que así está bien, haciendo y no (sólo) pareciendo.

Ayer no vi ninguna película de la vida, pasión y muerte de Jesús. Creo que ya conozco la historia, creo que ya grabé año tras año en mi retina que admirarlo es inevitablemente reconfortante.

Sé que conforme pase los años pocos quedarán con fe, pocos que crean sin ver, sin recibir, sin escuchar. Sé que en un par de décadas todos los ancianos que llenan las misas vivirán sus actuales creencias, sé que muchos jóvenes seguirán renegando por los lujos de la iglesia y los abusos de algunos sacerdotes. Yo lo hago. Creo que no necesitamos adornos en pan de oro para sentirnos con Él, pero entiendo que ese pan de oro fue colocado con el dinero de muchos fieles que decidieron invertir en un lugar llamativo a la vista. Lo cual entiendo pero no comparto.

Por otro lado, ya que a mi pesar toqué el tema "sacerdotes", creo oportuna mi opinión, no porque sea la más importante sino, simplemente, por ser.

Me gustaría que supieran que conozco a muchos sacerdotes y seminaristas, con ninguno me comunico ya, pero puedo y quiero asegurarles que generalizando llegamos más lento que retrocediendo.

Que se haga justicia, que si sabemos de algo, hablemos, que no regalemos el beneficio de la duda a nadie, que no vuelvan a poner la mano encima a ningún niño ¡jamás! a menos que sea para darles palmaditas en el hombro, palmaditas traducidas como "ánimo" o "bien hecho". No permitamos que lo que nos queda de pureza se vea contaminado por, no sólo malos sacerdotes sino, sobre todo, malas personas.
Pero no nos quedemos sentenciando y señalando eternamente al mismo grupo, en todos los sectores se comenten abusos y si dirigimos toda nuestra ira a un sólo punto erramos al satanizar a unos e ignorar otros.

No quise tocar este tema, pero cuando escribimos pocas veces controlamos la dirección de nuestros pensamientos y, aquí me tienen, tal cual, como dije antes y como digo siempre: sin maquillaje.

maquillar.

(Del fr. maquiller, de la jerga teatral del siglo XIX).

1. tr. Aplicar cosméticos a una persona, o a su rostro. U. t. c. prnl.

2. tr. Modificar el aspecto de un rostro mediante cosméticos.

3. tr. Alterar algo para mejorar su apariencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario