martes, 13 de abril de 2010

Booh!

Tenemos al menos un día al año donde nuestra mala suerte puede estar justificada, donde es divertido escondernos tras una fecha enigmática en sí misma, donde estar sensitivos hacia lo negativo es cuestión de rapidez.
Si un mes comienza en jueves estás destinado a pasarte el segundo martes escuchando dichos temerosos por bocas temerosas. Todo congruente, todo errado.

No voy a mentir, cuando era pequeña todos los viernes 13 llegaba al cole diciendo "Uy! qué día nos espera" nunca ningún compañero de clase se atrevió a contradecirme, supongo que a los 7 años pocos problemas quieres ganar escudriñando en cerebros en formación, y si eres otro cerebro curioso sólo te toca llegar a casa a preguntar a papis "¿Por qué Fiore dijo eso?" Los padres se llevarían una mano a la boca y la otra ya estaría corriendo al colegio a hablar con la profesora de una niña con pensamientos oscuros que asusta a su retoño.
La profesora hablaría con los padres de Fiore y ellos responderían que en las noticias matinales nombraron "la mala suerte" y ellos me lo explicaron "¿Quieres saber quiénes eran los Templarios?"

Lo recuerdo como si fuera ayer. La niña con conocimientos oscuros pasaba el recreo jugando yases y esquivando adolescentes preocupados por su destino "Léeme la mano, Fioooo"

Esa fue la época de mi vida en la que declaré batalla constante a la ignorancia y prefiero un silencio inteligente a palabras sin irrigación. ¿Y ven? Me fui del tema, lo siento.

Luego de saber la historia de los viernes descubrí que habían más excusas aún para ser cauto un 13 y ése era: un martes.

Rodajas de numerología, historia bíblica, Ares, planeta rojo, guerra, caída de Constantinopla, tarot e interpretaciones negativas, unas gotitas de miedo, medio litro de un entorno impresionable y listo, un batido de superstición válido incluso para romper el hielo todo un día.

Hoy no hizo falta buscar temas de conversación, Valencia no dejó de llover, el metro tenía retraso, el profesor no llegó a tiempo y una pila de libros me cubrió en la biblioteca tras múltiples e inesperados estornudos. ¿Mala suerte? No. Descuido, vehemencia. Fallos humanos y punto. No me vengan a contar lo mal que lo pasan hoy por ser hoy. Dime que, al igual que a mí, también te llueven los lunes, tarda el metro los domingos y te golpeas con lo inanimado los últimos días de cada mes.

Vale, no me digas nada. Pero, piénsalo.

suerte.

(Del lat. sors, sortis).

1. f. Encadenamiento de los sucesos, considerado como fortuito o casual.






viernes, 2 de abril de 2010

Viernes Santo 2010

Hoy me sorprende echar la vista atrás y tomar conciencia de cuánto he crecido, de cuánto me he acostumbrado al mundo, de cómo sin darme apenas cuenta, ya no me impresionan pequeños guiños del día a día. Sé que no es porque hayan dejado de interesarme sino porque el mundo parece haberme llenado tanto los bolsillos de prisas y teorías que, con el pasar de los días, meses y años, andar con ellos se me va haciendo más complicado.

¿Nunca les ha pasado que mientras observan la inocencia de un niño, sonríen sin motivo aparente? A mí me pasa todo el tiempo.
¿Saben por qué es? No es sólo porque nos guste verlos llenando de ternura el ambiente, no sólo porque sean divertidos dando vueltitas que para ellos son grandes aventuras y para nosotros mínimos pasos. Es porque nos recordamos pequeños y fáciles de impresionar, que al ver una paloma la seguíamos hasta que desapareciera del horizonte con el mismo cuidado que ahora controlamos que el cajero nos de importes exactos.
Hace un par de pares de años, en Semana Santa, no me perdía ninguna película de estas de bajo presupuesto, donde si la repetías te dabas cuenta que la señora que vendía pan sin levadura, luego gritaba "crucifíquenlo" y después llevaba perfumes a la tumba ya vacía. De éstas, sin actores famosos con estrellas en paseos de fama de Hollywood.

Yo siempre lloraba. Primero lloraba porque no entendía, al año siguiente porque lo veía injusto, luego de unos años empecé a sentirme impotente al ver sufrimientos parecidos en mi propia generación y hoy, lloro porque entiendo.
No, no se confundan, no hablo del llorar de niños con lagrimitas y grititos ahogados, hablo de esa sensación de vacío que se clava en el epigastrio y sube lentamente por el esófago hasta hacerte suspirar, de ese llorar sin lágrimas al ver que a nadie parece importarle poco más de lo que le conviene.

Anoche falté a la cena que programé con mis amigos hace un mes. Me quedé en casa preparando torrijas con mi mamá, riendo, sí, porque me enseñó que el respeto no va de la mano del sufrimiento o seriedad. Que así está bien, haciendo y no (sólo) pareciendo.

Ayer no vi ninguna película de la vida, pasión y muerte de Jesús. Creo que ya conozco la historia, creo que ya grabé año tras año en mi retina que admirarlo es inevitablemente reconfortante.

Sé que conforme pase los años pocos quedarán con fe, pocos que crean sin ver, sin recibir, sin escuchar. Sé que en un par de décadas todos los ancianos que llenan las misas vivirán sus actuales creencias, sé que muchos jóvenes seguirán renegando por los lujos de la iglesia y los abusos de algunos sacerdotes. Yo lo hago. Creo que no necesitamos adornos en pan de oro para sentirnos con Él, pero entiendo que ese pan de oro fue colocado con el dinero de muchos fieles que decidieron invertir en un lugar llamativo a la vista. Lo cual entiendo pero no comparto.

Por otro lado, ya que a mi pesar toqué el tema "sacerdotes", creo oportuna mi opinión, no porque sea la más importante sino, simplemente, por ser.

Me gustaría que supieran que conozco a muchos sacerdotes y seminaristas, con ninguno me comunico ya, pero puedo y quiero asegurarles que generalizando llegamos más lento que retrocediendo.

Que se haga justicia, que si sabemos de algo, hablemos, que no regalemos el beneficio de la duda a nadie, que no vuelvan a poner la mano encima a ningún niño ¡jamás! a menos que sea para darles palmaditas en el hombro, palmaditas traducidas como "ánimo" o "bien hecho". No permitamos que lo que nos queda de pureza se vea contaminado por, no sólo malos sacerdotes sino, sobre todo, malas personas.
Pero no nos quedemos sentenciando y señalando eternamente al mismo grupo, en todos los sectores se comenten abusos y si dirigimos toda nuestra ira a un sólo punto erramos al satanizar a unos e ignorar otros.

No quise tocar este tema, pero cuando escribimos pocas veces controlamos la dirección de nuestros pensamientos y, aquí me tienen, tal cual, como dije antes y como digo siempre: sin maquillaje.

maquillar.

(Del fr. maquiller, de la jerga teatral del siglo XIX).

1. tr. Aplicar cosméticos a una persona, o a su rostro. U. t. c. prnl.

2. tr. Modificar el aspecto de un rostro mediante cosméticos.

3. tr. Alterar algo para mejorar su apariencia.