domingo, 23 de mayo de 2010

Algunas veces también pasa.

Hoy escribo aquí por defecto, lo siento, no tenía pensado redactar ni publicar, ni pensar ni tener.

Trabajar de cara al público es genial, ¿saben? Amo ver caras nuevas cada fin de semana, ayudarles a cubrir sus dosis diarias de sonrisas y sin son niños el sentimiento se multiplica considerablemente.

Hoy no quise seguir sonriendo, hoy quise sentarme a ver el mar y quedarme callada sin buscar caras, sin buscar nada que pudiera encontrar, se sentó a mi lado un gitano de 12 años, ojos preciosos y me preguntó si estaba llorando, le dije que no, que si mis ojos estaban rojos era porque estaba cansada y que si estaban medio chinitos era por el sol. Él me creyó y yo me puse las gafas.
No me gusta que me vean llorar.
Se quedó sentado a mi lado sin decir nada, sin preguntar nada, sin esperar nada de mí. Se quedó porque estaba cómodo conmigo. Yo me quedé también, a su vera, primero porque no tenía fuerzas para ponerme de pie y después porque necesitaba de esa sensación de no dar nada y ser tan útil.
Yo, quieta, me rompía en pedacitos y me volvía a componer, lo miraba y el parecía hablar con el viento. Luego alzó la voz y no, estaba cantando.
Dejó de cantar y me miró, pensé que quería algo de mí. ¿Y si quiere que yo cante? ¿Y si este es un trueque más?
"Lo siento, yo no sé cantar" Le dije despacito, como para que no se escape una voz medio quebrada, una voz de la que vengo huyendo hace mucho.
"No tienes que hacerlo, ¿Quieres que cante otra vez?" Lo dijo riendo. Un niño riéndose de mí. De mi no entender cómo funciona el mundo.
Algo entendí mientras cantaba, que, el tópico de los gitanos con buena voz, fuerte corazón y preciosos ojos tiene muy buen fundamento.
Y claro, que desde que se sentó supo que yo estaba triste, que no pude engañarle, porque en el fondo, ¿les cuento un secreto? No quise engañarle.
Se paró, puso los zapatos y despidió. Me dejó sola con mi soledad y en contraste ya no la disfruté tanto.
Corrí a mi portátil, te busqué y me encontré.
Los ángeles no tienen alas blancas ni huelen a rosas, visten vaqueros cortos y huelen a inocencia, a entrega, a canción gitana frente al mar.

acompañar.

(De compaña).

5. tr. Participar en los sentimientos de alguien.